
Argonautas, como otras tantas paradas en este viaje, esta es una historia más de amor, de amor a fuego lento por Soda Stereo y, de paso, por Gustavo Cerati. Acá tienen la primera parte.
El primer y último concierto
¿Alguna vez se han preguntado qué harían si tuvieran acceso a una máquina del tiempo? Es un cuestionamiento existencial con un sinfín de repuestas. Algunos optarían por buscar cambiar algún suceso crucial en la historia de la humanidad; otros por cambiar uno en su historia familiar. Es decir, podríamos ir desde las posibilidades más altruistas hasta las más egocentristas. Entre decenas de opciones de repuestas, yo optaré por una más hedonista: mi yo de ahora desearía regresar al viernes 29 de noviembre de 1996, el día en que Soda Stereo se presentó en el Estadio Atanasio Girardot de Medellín como parte de la gira promocional de su más reciente álbum Comfort y música para volar, lanzado dos meses antes.
Con el tiempo aprendí que aquél técnicamente fue su penúltimo concierto (el último fue en Bogotá al día siguiente). No eran de conocimiento público los problemas internos que sufría a la banda, quien se separaría al año siguiente. Aquella fue la última gira de la banda con el fin de promocionar alguno de sus álbumes.
Yo, un adolescente de 17 años, acudí con mis amigos, entre ellos Dairon Alberto, mi amigo más antiguo, desde los nueve años —amante desde el primer momento de Soda y Cerati—, rubio, sobre quien, para efectos de esta narración, me referiré como «El Mono», remoquete con el que todos lo llamamos por su color de cabello, algo común en Colombia. El evento tuvo lugar en la tribuna oriental del estadio. Aterciopelados, por Colombia, e Illya Kuryaki and the Valderramas, también argentinos, acompañaron a Soda como teloneros. En ese mismo año yo había comprado los discos más recientes de estas bandas; aunque, paradójicamente, no poseía aún ni un disco de Soda Stereo, por lo que mi interés se centraba más en los teloneros. Es aquí donde un arrepentimiento retroactivo me ataca sin piedad, a pesar de que no es mucho lo que recuerdo de aquella noche.
Aterciopelados se presentaron primero tocando en buena parte canciones de su álbum más reciente La pipa de la paz. También interpretaron canciones del emblemático El dorado, álbum del año inmediatamente anterior, sobre el cual también había puesto mis manos.
Acto seguido, se presentaron los Illya Kuryaki, muy fieles al estilo de su álbum más reciente, Chaco, vestidos con kimonos y moviéndose por el escenario cual karatekas. En el momento más sublime de su presentación fue, sin duda, su interpretación de «Abarajame». Todos los asistentes cantábamos al unísono como buenos adolescentes: «¡Un ovejero yuta de un dueño hijo de puta!», sin tener idea (aún hoy) a qué se refería esa letra, pero con la satisfacción de corear en alto una palabrota.
Para finalizar, el plato fuerte de la noche: Soda Stereo. No conocía varias de las canciones del repertorio de esa noche. Al investigar para este escrito, encuentro que interpretaron varias canciones de Sueño Stereo, álbum de 1995, que antes había tenido oportunidad de escuchar gracias a que un compañero del colegio lo había adquirido. Cuando lo escuché, me pareció un disco soso, lento, monótono; la mayoría de sus canciones me sonaban parecidas. ¡Ay, Julito! ¡Qué equivocado estabas! Al no encontrarle sabor al disco, no conocía sus canciones, salvo «Ella usó mi cabeza como un revólver», que rotaba fuerte en Radioacktiva Planeta Rock Medellín. También me eran familiares algunas canciones de Comfort y música para volar, pues en las últimas semanas sonaban también en la radio tres cortes, cuyas versiones originales de estudio ni siquiera conocía para ese entonces: «Un misil en mi placard», «Entre caníbales» y la nueva versión de «En la ciudad de la furia», la cual grabaron junto a Andrea Echeverri de Aterciopelados. Teníamos expectativa si ella se les uniría, dada la ocasión; así fue, al estilo del Unplugged la interpretaron sentados en unas sillas altas.
Dentro del repertorio, por supuesto, no podían faltar los himnos «Persiana americana», «Cuando pase el temblor» y, por supuesto, «De música ligera», con los cuales sí estaba familiarizado dada su fuerte rotación radial. Ésta última fue el clímax principal de la velada con todos los asistentes saltando y coreando al unísono. La tribuna temblaba.
¿Y después?
Por mucho tiempo recordé de manera burlona ver por las pantallas gigantes al lado del escenario cómo una muchacha, que se encontraba en primera fila, lloraba a cántaros agarrada a las barandas protectoras de metal, con una emoción incontenible al ver la que seguro era su banda favorita. La consideré una reacción exagerada, me reía de ella e imitaba sus gestos cada vez que tenía la oportunidad de narrarle a alguien mis experiencias en el concierto. Es aquí de nuevo que le mando un coscorrón a mi yo de 17 años. Muchas veces sólo los años nos abren los oídos, la mente y el corazón a sensaciones que habían permanecido dormidas. Hoy, casi 30 años después, creo que me uniría a esa muchacha en un solo llanto de emoción.
Al buscar en la página setlist.fm es que encuentro el supuesto repertorio que interpretaron aquella noche. Digo «supuesto», porque, aunque es poco lo que recuerdo, lo que más me niego a creer es que no logre rememorar la canción con la que iniciaron el recital: «Génesis», un tema con la cual me topé en los años 2000 buscando canciones para descargar de Soda a través de Ares. Con el tiempo descubrí que pertenecía la misma presentación en Miami donde grabaron Comfort y música para volar. Por alguna extraña razón había sido excluida de la publicación original del álbum (cuestiones de derechos de autor, encontraría años más tarde). Ese archivo de mp3 se convirtió en un tesoro dentro de mi colección, el cual compartí con El Mono, quien supe también lo sabría valorar. Años después, en 2007, lanzaron de nuevo el álbum con las canciones excluidas, contando esta; y lo mejor: también en video. Era la materialización de un tesoro que rotaba en la red entre los soderos.
La canción me voló la cabeza, Soda nunca había sonado tan fuerte y contundente. Con la llegada de YouTube pude apreciar la interpretación de la banda, fue desbloquear otro nivel de reacción, se me erizó la piel. Fue entonces cuando descubrí, que no era una canción propia sino un cover de Vox Dei, una banda pionera del rock en español en argentina y Latinoamérica. La comparé con la versión original de Vox Dei, la cual tiene sus méritos como pionera en un género en el que poco se había creado en nuestro idioma; no obstante, Soda la tomó y la reformó, le inyectó esteroides para hacerla suya. Todos se lucen: Gustavo se avienta (para mí) el mejor solo que jamás había interpretado; Charly y su intensa interpretación, yendo a la par con el crescendo de la canción, subiendo la intensidad, pegándole a la batería como si del debiera dinero; Zeta, como siempre, el corazón, el ritmo de la banda, se mantuvo a la altura; ni qué decir del resto de músicos invitados, como Tweety González y su sólo de teclado, más los acompañamientos de cuerdas. En una palabra: sublime.
Todo esto me hace cuestionar sobre el porqué no recuerdo que la banda hubiera iniciado el concierto con semejante tema, sobre el porqué no tengo tantos recuerdos con respecto al resto de canciones. Le pregunto a El Mono si él sí lo recuerda, pero tampoco, sus recuerdos son difusos. Mi hipótesis: mi mente no estaba preparada para Soda aún. Por esos años andaba adentrado más en el grunge y en el rock pesado, de sonido estridente.
Así ha sido mi relación con Soda: un amor, una apreciación absoluta que se ha cocinado a fuego lento, demasiado lento, para mi querer.
Continuará…