El legado de un abuelo – Parte II

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Querido argonauta, si es tu primera vez en este espacio y llegaste acá por casualidades de la vida, te invito a leer antes que nada la primera parte de esta entrega. Con esta segunda parte concluyo el homenaje instintivo que inicié para mi papito, que bien podría llamarse “El tesoro de un abuelo”.


Nonato, el “geek

Viéndolo bien, en términos modernos, mi papito era un “geek“, un anglicismo que hace referencia a aquellas personas que somos aficionadas a los aparatos tecnológicos. En términos paisas diríamos un “gomoso” por la tecnología. Además, tenía su taller casero, donde trabajaba en sus constantes inventos con las herramientas necesarias para tales menesteres: taladros, caladoras, pulidoras, cautines, medidores de voltaje y otro sinfín de aparatos que no sabría nombrar.

Como mencioné en la primera parte, tuvo un Betamax, el cual luego sustituyó por un VHS, el cual, a su vez, fue reemplazado con el tiempo por un reproductor de DVD. Con los televisores fue igual, tratando de mantenerse al día con los avances tecnológicos dentro de lo que su economía le permitía. Cabe anotar, que entre tantas enseñanzas, inculcó en mi el tener amplificado el sonido de estos aparatos a través de otros equipos. Los tres televisores en mi casa tienen el sonido amplificado.

Con el equipo de sonido no fue la excepción. En los 80, tuvo un equipo modular Pioneer. Pocos, o casi nadie, en la cuadra donde vivían, en Belén San Bernardo, poseían un equipo de tal potencia, que se hacía evidente con unos parlantes de alta fidelidad. En varias ocasiones fue el equipo de sonido de las parrandas que se armaban en el barrio.

Recambio de equipos de sonido

1993. Ya había llegado la era del CD, y mi papito, de nuevo, no quería quedarse atrás. Empezaba a ver su bien consolidada colección de vinilos, de unas 300 unidades que llevaba acumulando desde los años 60, como una tecnología que quedaría en el pasado. Los CD se presentaban como una alternativa muy atractiva. Lo que más le llamaba la atención era que ya no se escucharía el “scratch“, ese sonido rasgado que tomaban los vinilos a medida que acumulaban más rayas con el uso y el tiempo.

Así que acompañé a mi papito al Centro Comercial El Diamante —lugar que era el referente en Medellín para conseguir tecnología a buen precio— con el fin de renovar su equipo anterior, que ya consideraba obsoleto. La marca por la cual se decidió fue Kenwood, en sus tres módulos: amplificador integrado, casetera y reproductor de CD. También adquirió un tornamesa, aunque de otra marca que no recuerdo. Cuando llegamos a su casa y desempacamos el equipo, noté que los números en las perillas de los bajos y agudos del amplificador estaban sospechosamente borrosos. “Papito, esto está usado”, le advertí. Estuvo de acuerdo, y al día siguiente se dirigió de nuevo a El Diamante. Fue él solo, y aunque temí que no le aceptaran el reclamo, le cambiaron el equipo sin resistencia.

Había renovado todo su equipo, excepto los parlantes, que tenía desde los años 70. No consideró necesario renovarlos, pues seguía complacido con la calidad de su sonido. No estaba errado. Cuando conectó el equipo, los parlantes emitieron un sonido que antes no habían podido emitir. Pudo sacarles más provecho, su felicidad se notaba.

Tanto mi mamá como yo pensábamos que habían sido fabricados por Santiago, un amigo y antiguo socio, en la época cuando fabricaban radiolas, y creíamos, además, que les había añadido un logo de JBL para darles más caché.

Entre los primeros CD que tuvo estaban uno de grandes éxitos de Herb Alpert, los Mambos de Fruko y el Romance de El Combo de las Estrellas. Lo recuerdo bien, porque en esa época yo también comenzaba a adentrarme en la melomanía, y esos fueron de los primeros CD que pasé a casete, pues aún la tecnología para copiarlos no estaba a nuestro alcance.

Poco antes de esto, yo había comprado mi primera grabadora, marca AIWA, justo cuando él renovaba su equipo. Se puso tan feliz al darse cuenta de que me gustaba la música más de lo usual y que quería meterme en ese mundo de coleccionarla, analizarla, apreciarla, que me regaló de su parte —no como regalo de Navidad o de cumpleaños, sino solo por gusto— una caja de casetes TDK y 10 mil pesos para completar la compra de mi primer CD (después de mucho pensarlo, ya que era una inversión alta, decidí que lo mejor sería un álbum de recopilación para tener varios artistas. La elección fue El Disco del Año de 1993 de Codiscos). También utilicé los casetes que me dio para grabar varios de sus CD en su equipo.

Con el tiempo, él se deshizo del tornamesa y de la casetera. Espoleado por la tecnología de los CD, también se deshizo de sus vinilos, regalándolos poco a poco a sus amigos. Fue un acto inconcebible, ya que los llegó a cuidar como unos de sus tesoros más preciados. Cuando le pedían prestado algún disco, respondía de forma jocosa: “Mejor le presto la mujer, que ella sí se sabe cuidar”. Cuando regaló sus vinilos, me di cuenta tarde. Le reclamé por no dejármelos a mí: “Hombe, no caí en cuenta”, me dijo apesadumbrado. Al ver su reacción genuina, con más sinsabor quedé.

Años después, le propuso a mi tía Nena realizar un intercambio de equipos de sonido, mano a mano. Ella tenía un minicomponente Technics, comprado por la misma época que el de mi abuelo, también en El Diamante, compra a la cual también la acompañé. Si bien el Technics tenía un sonido exquisito, la potencia era inferior. Este intercambio se dio bajo el supuesto de que mi mamita no sabía manejar el Kenwood. Bueno, a la larga, tampoco pudo con el Technics.

Con la llegada del formato MP3, mi papito consiguió un reproductor de DVD con entrada USB, el cual conectó al Technics. Mi mamá se puso a la tarea de conseguirle memorias USB con decenas de canciones. Esta vez, el peso de los años se hacía notar, y el manejo de esta tecnología llegó a frustrarlo, al punto de no usarla con frecuencia.

Todas esas señales reflejaban el declive que la edad le iba imponiendo, que se agravó con dos isquemias cerebrales que sufrió en los tres años previos a su partida. Algo había muerto con antelación dentro de él y se manifestaba en su desapego de la música y la tecnología. No volvió a ser el mismo.

Imagen de referencia de Internet. Así era exactamente el mini componente Technics intercambiado con mi tía. Dentro de los arrebatos finales de mi papito estuvo el regalar el módulo de CD y de casetes. Mamá lo heredó luego de su muerte. Años después, ella, consciente de lo que este equipo podría significar para mí, en un acto de amor me lo regaló. Fue la primera probada tangible del legado de un abuelo. Por supuesto aún conservo lo que queda de él.
El anhelo de un tesoro

Durante años, cuando visitaba el apartamento de mi tía, sentía una inevitable nostalgia al ver el equipo de sonido luego de la muerte de mi papito. Creía, quizá erróneamente, que el equipo estaba a punto de sufrir algún tipo de daño por falta de uso.

Un domingo de julio de 2024, en otra visita, justo al despedirnos para marcharnos, me atreví a manifestarle este sentimiento a mi tía. El tiempo corría, y en verdad creí que, en vista de la falta de uso, en algún momento podrían decidir regalarlo o venderlo, perdiéndose así de la familia. Entonces le pedí: “Nena, si en algún momento piensan en salir de ese equipo, por favor, me tienen en cuenta”.

El viernes siguiente me llamó: “El equipo es tuyo”. Me tomó por sorpresa. No esperaba una respuesta positiva y menos en tan poco tiempo. Me quedé sin palabras para agradecerle. Conversamos un rato más y, entre frases, finalmente pude atinar a darle las gracias y le aseveré que no podía haber quedado en mejores manos .

Colgamos y me tomé un tiempo para procesarlo sentado en la sala de mi casa. Me imaginé el equipo puesto ahí, haciéndolo sonar. La emoción me embargó. Lloré.

Comprendí también el gran acto de desapego de mi tía y también de su esposo, pues, para ellos, este aparato también conectaba con el recuerdo de mi papito. Estaré eternamente agradecido.

Nos pusimos de acuerdo para recogerlo. Era sábado en la noche, y aprovechamos para pasar a su apartamento después de un concierto de Tú Rockcito (acá se van conectando estas paradas, ja, ja, ja). Ambos nos recibieron a mi esposa, a nuestra niña y a mí con el equipo de sonido listo para el viaje. Al alzar uno de los parlantes, me sorprendió su peso. Pensé que unos parlantes artesanales no suelen pesar tanto. Cargamos el amplificador y el reproductor de CD con los parlantes en el carro y nos dirigimos a casa. Iba en éxtasis, incrédulo.

Al día siguiente me dispuse a conectarlo. El sonido del mecanismo interno del reproductor de CD detonó recuerdos con mi papito compartiendo música. Lloré. Varias veces lloré, como lo hago al escribir este pasaje.

Arriba: el reproductor de CD, muy reminiscente de una rocola por su sistema tipo casete para 6 discos. Abajo: el amplificador integrado, bastante potente

Destapé los parlantes. Nunca antes los había apreciado así. Vi, entonces, la razón de su peso: el logo de JBL no era un detalle caché que había puesto el amigo de mi papito a unos parlantes artesanales; eran originales de la marca, JBL L100, para ser más exactos. Mi tía tampoco se había percatado. Todo tomaba sentido; daba razón para su sonido excelso. Son los parlantes más vendidos en la historia de JBL, según la propia marca. Fueron producidos durante los años 70. Son un tesoro dentro de otro invaluable tesoro.

Video grabado la mañana siguiente de la recepción.

Mi tía ahora se arrepiente por no tener certeza de que los parlantes eran originales, pues, cuando los tuvo en su poder, mandó a “restaurarlos”, haciéndolos pintar de negro. Además, las tapas tampoco son las originales de espuma. Esas seguramente se las cambió mi papito por unas genéricas de tela, las cuales mi tía también hizo renovar. Así mismo, los tweeters están defectuosos, tampoco son los originales. Es posible que él haya tenido que reemplazarlos con los que más se ajustaban como sustitutos, aunque mi tía también cree que en el proceso de “restauración” les hayan hecho un cambiazo. Es una tarea que tengo pendiente: debo sustituirlos para restaurar su sonido sublime.

Por mi parte, los cambios estéticos poco me afectan. Para ser honesto, no recuerdo mucho sobre su apariencia original, aparte del sonido mismo y el logo pegado en cada tapa, que es como una insignia de recuerdos asegurados. En otras palabras, el valor sentimental de este equipo va más allá del valor monetario derivado de su originalidad estética integral.

Lo que queda

Lo que me queda, queridos argonautas, es un equipo de sonido que representa el vínculo que tuvimos en vida mi papito y yo, y que ahora, más de 11 años después de su partida, nos vuelve a unir. Es un puente, uno que se vuelve tangible como una paradoja entre lo físico y lo espiritual. Siempre que lo uso pienso en él; con solo verlo pienso él.

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mauro Díaz
mauro Díaz
1 mes atrás

Ayyyyyyyyyy hombe!!’ La historia de esos cacharros se reproducen a la largo y ancho de los barrios y generaciones.
la conexión con los aparatos va más allá de su uso, son esas emociones asociadas las que las cargan de sentido: las caras, los gestos, los tiempos, humores, los dichos y ritmos son los que quedan en nuestra mente.
Esas lágrimas que se te salen al escribir o recordar, son las lágrimas contenidas de muchos de nosotros, lágrimas que: O no hemos dejado salir o esperan atentas a aflorar cuando los recuerdos nos invadan, o quizás y en el mejor de los casos, lágrimas evitables si atinamos a decirles a quienes están hoy con nosotros lo importante y significativos que son en nuestras vidas.
Que suene la música de nuestros viejos, así no sea en unos JBL L100 originales,

Maryi Cristina Zapata Castaño
Maryi Cristina Zapata Castaño
1 mes atrás

Así es, este pasaje, es tu gran tesoro, es nuestro gran tesoro, desde todo el sentir y materialmente un invaluable recuerdo, el cual tiene un excelente sonido.

Mao MosGa
Mao MosGa
1 mes atrás

En el ambiente que me rodea en el momento, se torna de un color cálido al lado de mi familia ( esposa, hijos y mascota). Estamos de paseo, venimos cansados de conocer naturaleza con destreza y se dio el momento para hacer lectura dirigida del relato de nuestro capitán ArGo. Se prestó para educar adolescentes ( de 15 y 21 años) en la evolucion de la tecnologia audio visual y en la excelsa forma.de homenajear personas que nos tatuan el alma.

La primera expresión de mi hijo fue: no he compartido con Julio y luego agregó: su forma de escribir entretiene la historia.

Adelante Capitán

María Elena Gómez
María Elena Gómez
1 mes atrás

Mi Julio dejame decirte que tienes un gusto exquisito para escribir, disfruté cada palabra de este relato que gran viaje. Cuando me dijiste que querías tener el equipo supe que eras la persona indicada para continuar con el tesoro lo comenté con Mario y con Alejo otro apasionado por la tecnología y al otro día tenía la respuesta tienes un lugar espacioso, lo querías desde el corazón y bueno el momento para hacer la llamada no se daba. Me emociona tu emoción así suene redundante porque está en las manos adecuadas y el que tengas un recuerdo tangible de este hombre tan especial es maravilloso.

Joseph
Joseph
1 mes atrás

Señor Julio César Arias Gómez le cuento que me puso muy nostálgico, pues su abuelo era una de esa pocas personas que se nota le apasionaba el buen sonido y eso me recuerda mucho a mi padre y a ese audiófilo que llevo dentro, ya que a lo largo de los años hemos sido amantes del buen sonido y tuvimos componentes de audio realmente vibrantes y potentes que hoy en día hummm! Difícil de encontrar y me refiero como tal, no al sonido sino a esas potentes máquinas de audio por llamarlas así que ya no existen sino en nuestra memoria y es que tuvimos desde un Sansui, pasando por un Fisher, Pioneer, Téchnics etc…

Parce que nota…Escribite un libro!

Nasly
Nasly
1 mes atrás

La verdad, hasta se me salieron unas lagrimas al leerte. Haces que estos escritos sean toda una aventura. Se nota una gran pasión y amor por este nuevo rumbo que has decidido transitar.

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