El legado de un abuelo – Parte I

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Somos una pepitoria de nuestros antepasados. Nuestros padres, abuelos, tíos y primos contribuyen, de una u otra forma, a forjar en lo que nos convertimos hoy. En mi caso, como habrán notado, queridos argonautas, soy un ser esencialmente musical, gracias en gran medida a mi abuelo materno.

Esta parada y la próxima las dedicaré a él. Es inevitable que se me humedezcan los ojos al explorar los recuerdos asociados a su memoria. Cuando un ser querido se va, siempre lo extrañamos; él no es la excepción.

Espero que estos escritos los inspiren a atesorar los momentos vividos con esos seres especiales que marcaron sus vidas. Escríbanlos, porque les aseguro que ayudará a sentirse más cerca de ellos.


Semblanza

Mi abuelo paterno, mi papito —como solemos referirnos a nuestros abuelos en Antioquia— se llamaba Nonato de Jesús Gómez Osorno. Era natural de Yarumal, nacido un sábado 20 de abril de 1929, y fallecido en Medellín 84 años después, también un sábado 20 de abril, en 2013. Esa coincidencia debe tener algún trasfondo, habrá que indagar. De él heredé, entre otras características físicas, la nariz amplia, las cejas pobladas y la tez morena; también heredé un poco de su humor y gusto por contar historias.

Se casó con mi mamita, Teresita de Jesús Muñoz Marín (natural de Fredonia, quien todavía vive y se mantiene muy vigorosa y cuerda a sus 94 años) en la Iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, del barrio Buenos Aires de Medellín.   Estuvieron casados durante casi 57 años y tuvieron dos hijas y cuatro nietos.

Trabajó muchos años en la desaparecida empresa textilera llamada Paños Vicuña —donde conoció a mi mamita— y luego terminó su vida laboral como mecánico en la también desaparecida Tejidos Leticia S.A., Telsa. También estudió por correo para aprender a fabricar radiolas de tubos, conocimientos que puso en práctica para aliarse con dos amigos y crear un emprendimiento. Él se encargaba de la amplificación, otro de los muebles y el otro de los parlantes. Fue una fuente de ingreso adicional durante algunos años. No comprendieron el potencial del negocio que tenía en manos y lo dejaron apagar una vez la tecnología de los circuitos integrados llegó para reemplazar la de los tubos. Solo era cuestión de actualizar los conocimientos. En fin, el hubiera no fue.

Mi papito siempre fue consciente de que tenía un nombre muy particular, un “sintocayo”, un nombre irónico que literalmente significa “no nacido”. Él mismo se mofaba de su nombre. Entre las tantas anécdotas sobre su éste, contaba cómo una compañera de trabajo se le acercó un día a preguntarle cuál era su verdadero nombre porque no le gustaban los apodos, y menos uno tan feo con el que todos lo llamaban. Ese era su humor: negro, mordaz y, muchas veces, autodenigrante.

Era muy inteligente e ingenioso, un autodidacta. En su casa pululaban inventos y artilugios eléctricos o mecánicos, que a menudo ponían a prueba la paciencia de mi mamita. Estos artilugios se volvieron más frecuentes cuando él se jubiló y disponía de más tiempo libre.

En su trabajo también sobresalía por su ingenio. Cuando los telares fallaban, realizaba arreglos transitorios con repuestos improvisados, permitiendo que la producción continuara hasta que los mecánicos oficiales hacían la reparación definitiva. Este ingenio sorprendía a sus jefes, quienes lo recompensaban con unas “magnánimas” placas de reconocimiento. En otras palabras, inventaba cosas que, sin saberlo, ya existían. De haber contado con los recursos, estoy seguro de que habría sido un gran ingeniero mecánico o eléctrico.

Hablando de sus tesoros tangibles más preciados, aparte de su equipo de sonido y su casa, destacó su moto Lambretta, blanca con rojo. Cuando coincidía que yo estaba de visita, esperaba con ansias a que llegara de su trabajo para, al menos, subirme en el reposapiés mientras él la estacionaba al fondo del corredor de la casa. Recuerdo que sólo una vez, creo que rondaba yo los 8 años, me dejaron dar un paseo con él por las calles de Medellín.

Vendió la moto al jubilarse en 1989 a un antiguo compañero de Vicuña, “Medialuz”, apodo de esos casi escueleros (con el que asociaban el nombre de mi papito, como mencioné antes) y que, en el caso del tipo, hacía alusión a los problemas de visión que tenía por un ojo.

Poco después, la moto estaba destartalada; probablemente ya ni existe. Se puso muy triste al ver su estado un día que “Medialuz” pasó a saludarlo; fui testigo, y, aun siendo niño, sentí tristeza también. Estaba engrasada y le faltaba una de las tapas laterales. Esa moto era uno de los bienes en los que se materializaba su pasión por los aparatos y, lamentablemente, se la dejó a alguien que no supo cuidarla como él esperaba.

El influjo de un abuelo

Traté de absorber esas habilidades y pasiones de mi papito, pero no fue por ahí. Esas habilidades fueron a parar en otro primo. Muchas veces me explicó sobre voltajes, amperajes, empalmes, circuitos y esas cosas. Yo prestaba mucha atención; sin embargo, mi cerebro nunca pudo digerir ese tipo de información como él esperaba.

Entonces, quedaba la música. Mi amor por ella viene de muchos lados, pero, sin duda, el influjo principal proviene de mi papito, genético por demás. Es innegable. No resulté ser un nieto habilidoso con los artilugios eléctrico-mecánicos, pero sí uno con inquietudes musicales desde muy pequeño.

En mí quiso fijar ese deseo de tener un músico en la familia (tanto como Alicia, mi abuela paterna, deseaba fervientemente un sacerdote en la suya, ¡ja, ja, ja! Prioridades). Fue por eso que, cuando tenía unos 5 años, él, junto con mi mamita, me obsequió un órgano eléctrico, luego de notar mi entusiasmo cuando Leonardo, un tío abuelo —hermano de Teresita, muy consentidor conmigo— me había regalado un pequeño teclado musical de juguete.

El entonces pequeño capitán de este barco. No se dejen engañar por mi gesto. Sí estaba muy feliz.

Mis papás me matricularon en clases de piano en una escuela de música de Rionegro cuando yo tenía 6 años. Fue frustrante; apenas había aprendido a leer y no tenía la suficiente agilidad para seguir el ritmo de los constantes dictados que recibía. Recuerdo que, en algún momento, el profesor dijo: “Punto y coma”. Mi cerebro se bloqueó: nunca había escuchado esos dos signos de puntuación juntos. ¿Cómo escribirlos? Fácil: “. (punto) y , (coma)”, así tal cual, separados. Para cuando, según yo, había descifrado cómo escribirlos, ya era demasiado tarde; me había atrasado.

Los recuerdos, como alguna vez mencioné en el prólogo de otra entrada, se vuelven borrosos, aún más después de casi cuarenta años. Pero ese tipo de frustraciones no se olvidan, quedan arraigadas como un trauma. Fue obvio: no quise continuar en las clases.

Ahora que soy adulto, también entiendo la desilusión que mi papito debió haber sentido. Nunca me lo dijo, nunca hubo reproches o reclamos, pero sé que fue una inversión importante que realizó junto con mi mamita y que, finalmente, no llegó a ningún puerto.

El instrumento quedó inerte. De vez en cuando lo encendía para usarlo como juguete, oprimiendo teclas al azar. Al cabo de unos años, se lo heredé a un primo menor, pero el pobre órgano no corrió con mejor suerte.

La historia de un influjo

Todos los diciembres y vacaciones de mitad de año, al menos entre los 6 y los 12 años, suplicaba a mis papás que me llevaran donde mis papitos. En esos días compartidos, observaba a mi papito en su taller, creando e ideando cuanto artilugio se le ocurriera y que pensara que haría la casa más funcional. No entendía bien cómo lo hacía, pero me maravillaban sus resultados. También reparaba radios y lo buscaban mucho para esos menesteres.

Durante esos días, veíamos películas junto a mi mamita y esperábamos con ansias que llegara junio para disfrutar del Festival Internacional de Humor de Sábados Felices en su época dorada, conducido por Alfonso Lizarazo, con Lucho Navarro, Carlos Donoso, Mac Phanton y otros. Si por algún motivo no podíamos verlo, utilizaba un aparato mágico, plateado, que programaba para grabar la transmisión en otro aparato donde se introducía una cinta para después poder verlo cuando quisiéramos: un Betamax.

Mac Phantom, era mi favorito de los Festivales de Humor.

También grababa las películas de Premier Caracol que transmitían los sábados a las 10 p. m., para que los niños pudiéramos verlas al día siguiente. Me fascinaba esa tecnología.

Intro Premier Caracol años 80

Durante la semana, escuchábamos mucha radio, especialmente a mediodía, cuando escuchábamos El Manicomio de Vargasvil y Las Aventuras de Montecristo. Sus ocurrencias nos entretenían mucho.

Durante esas jornadas era común que él subiera sus pies descalzos sobre un mueble verde de la sala, se acurrucara y apoyara el codo de su mano derecha sobre su muslo, mientras el mentón descansaba sobre esa misma mano. A veces se quedaba dormido por segundos; sus ronquidos lo despertaban, ladeaba la cabeza, me sonreía y volvía a acomodarse. Más de una vez, sus flatulencias, inadvertidas e inodoras, se le escapaban en esa misma posición. Sonaban fuerte, cual pequeña trompeta. Entonces sonreía de nuevo, con picardía, ponía su índice derecho en su boca y me susurraba: “Shhh”.

También me enseñaba sobre música, hablándome de los artistas que escuchábamos. A veces reproducía sus vinilos, que llevaba años coleccionando, y me daba verdaderas cátedras de música. Recuerdo con cariño uno de los primeros discos producidos en sonido estéreo por la RCA, pioneros en la difusión de este formato que se mantiene hasta hoy.

Este es el mismo disco que me ponía a mí y años antes a mi mamá y a mi tía.

Eran los años 80 y su equipo de sonido era modular, marca Pioneer, con unos parlantes con el logo de JBL. Durante años pensé que eran personalizados, que no eran originales, sino hechos a medida por un amigo suyo que fabricaba parlantes, y que el logo era meramente decorativo. No tengo idea de dónde nació esa idea, pero hasta mi mamá lo daba por sentado. Sin embargo, más tarde descubriría si estábamos o no en lo cierto.

Continuará…

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Tati Zapata
Tati Zapata
1 mes atrás

Que lindo el abuelo Nonato, sus recuerdos y legados!!

Camila y Simón
Camila y Simón
1 mes atrás

¡Emocionante historia Capitán! Que hermoso legado del abuelo Nonato, indudablemente inspiras a atesorar esos momentos únicos con los seres que han influenciado nuestro camino,(y la melomania) 😊 ansiosos por seguir descubriendo esa maravillosa historia.

Mauro
Mauro
1 mes atrás

Que buena historia, no fui de abuelos cercanos de historias profundas, pero esa pasión de aprender y “ cacharriar” va con mi papá.
Bacana la historia del abuelo que si bien el nombre es que no ha nacido ya nació en mi un héroe amante de las motos, aparatos y buena música.

Un buen viaje para un argonauta que es protagonista esta travesía, en el más allá estará maldeciendo a “Medialuz”por no haber cuidado su tesoro italiano roji -blanco

Joseph Cárdenas
Joseph Cárdenas
1 mes atrás

Julio César, insisto que buena redacción pero más que nada, me gusta el manejo, ese cierto desparpajo pero a la vez, lo limpio y sencillo de esas palabras con las que haces que uno se sienta invitado a seguir leyendo lo que escribes.
Bacano que ahora de esta forma estés homenajeando a ese ser tan especial para tí.

De verdad que encarreta… sí señor encarreta!

Maryi Cristina Zapata Castaño
Maryi Cristina Zapata Castaño
1 mes atrás

Para mí, un papito -novio de mi corazón-, su ternura y su buen humor alegraban todos los momentos, era casi imposible estar serios cuando él estaba.
Tan poco tiempo para estar con él, se revuelcan los sentimientos cada vez que pienso que sería si la vida hubiese permitido que él compartiera con nuestra niña.
Mi amor, que lindo homenaje y más hermoso compartirlo con los que tuvimos la fortuna de conócelo y con quienes no. Gracias por compartir esos recuerdos.

Última vez editado 1 mes atrás by Julio César Arias Gómez
María Elena Gómez
María Elena Gómez
1 mes atrás

Mi corazón qué lindo narras toda esa historia de nuestro papá y papito de esa manera tan especial, describiendo todas esos detalles maravillosos que él tenía de un ser tan inteligente tan jovial y a la vez tan desparpajado a veces se pasaba un poco jajaja pero así lo amábamos con todo el corazón y lo admirabamos con todo nuestro ser, él hizo todo para que lo recordáramos siempre con una sonrisa, tengo que contarte otros detalles para que los compartas referente a otras habilidades que él tenía.

Mao MosGa
Mao MosGa
1 mes atrás

Hechizo en el tiempo por medio de letras que refuerzan los videos. Eso es magia capitan. Ese “casao” es epico para sonreír. ( Mac Phanton si que me hizo re reír evocando esa camara lenta mano) Inherente a eso me traes a la memoria a mi abuelo.

Tenés poder en tus escritos, te admiro la disciplina y talento para desarrollar este interesante aporte tecnológico a la biblioteca compartida en la nube y en el archivo personal de la sinapsis provocada.

Atento a la segunda parte …

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