Es posible que muchos de ustedes, queridos argonautas, no conozcan a Katie James. Los invito a sumergirse en su música. Esta es una pequeña historia sobre nuestro encuentro como familia con ella, al igual que otra corta narración muy especial al final.
Sábado 3 de mayo de 2025. Luego de casi 6 años de conocer la música de Katie James, ahí estábamos —mi esposa, nuestra hija, su tía y yo— para presenciar su presentación en el Teatro Juan de Dios Aranzazu, de La Ceja, Antioquia, un recinto con un aforo de casi 500 personas. Las entradas se agotaron pronto, por lo que se abrió una nueva fecha para el día siguiente, la cual, de manera muy merecida, también terminó agotada.
Katie ha sido una artista independiente, amante de nuestro país, de nuestra música. Nacida en Irlanda, fue traída por sus padres a Colombia cuando tenía un año y medio, para vivir en el campo tolimense, alejada de la tecnología y las «comodidades» citadinas, pero muy cerca a nuestra música. Como consecuencia, ha terminado siendo más colombiana que muchos de los que nos ufanamos de haber nacido en esta tierra de muchos sabores dulces con unos toques amargos.
El punto de quiebre en su vida artística se dio el día 25 junio de 2019, cuando publicó en sus redes sociales un video sencillo de «Toitico bien empacao», bambuco de su autoría, que da cuenta de su raigambre por la vida en el campo. El video se hizo viral y su carrera cambió. Ahora gira por todo el mundo encantando con su talento. «Gracias a esta canción estoy aquí», afirmó ella durante el recital. Aseguró que no se cansaba de interpretarla justamente por ese sentimiento de gratitud.
El concierto, muy íntimo y sencillo, duró alrededor de una hora y media. Asistimos en buena parte adultos y otros tantos mayores; muy pocos adolescentes, mucho menos niños (unos cuatro, contando a mi hija, alcancé a percibir).
Allá estaba Katie en el escenario, con un vestido verde florecido que resaltaba su tez clara y su cabello rubio, armada sola con su guitarra y su voz (¡qué voz!). No hizo falta más para hipnotizarnos a todos. Hubo momentos en los que me dejé llevar. Para describir el sentimiento acudiré a mi nuevo sustantivo favorito, prestado del francés, que descubrí en días recientes: frisson, el cual hace alusión a esa sensación de piel de gallina provocada al dejarnos penetrar por la música. Sí, frisson, acompañado por ojos aguados al escuchar su voz seráfica y su interpretación inmaculada de la guitarra acústica.
La velada se consumió con su interpretación de versiones de boleros, pasillos, bambucos y guabinas tradicionales colombianos y andinos (también una que otra versión de canciones folk de su natal Irlanda), mezclados con canciones propias e interludios acompañados de pequeñas historias sobre el origen de esas composiciones. Cantamos, tarareamos, lloramos, nos dejamos invadir por la nostalgia y la sorpresa de la novedad.
Katie atendió algunas solicitudes aleatorias de canciones entre los gritos del público. Mi niña deseaba escuchar «Cuántas veces», una de sus canciones originales. La animé a que le gritara la petición, pero su timidez infantil le impidió lograrlo. Yo no quise intervenir, tal vez también con la esperanza de la cantara al final. No sucedió.
Al terminar, Katie pidió a los que quisiéramos tomarnos una foto con ella y adquirir sus discos que nos ubicáramos de manera ordenada al costado izquierdo del escenario en una sola fila. Así fue.
—¡Hola! ¿Cómo te llamas? —preguntó Katie con tono afable.
—Miranda —contesta mi hija mientras le ondeaba su mano derecha.
—¿Te puedo abrazar? —preguntó Katie, en tanto Miranda asintió y procedió a recibir un abrazo maternal.
Mientras nos autografiaba sus discos, mi esposa le expresó el sinsabor de nuestra niña al no haber interpretado «Cuántas veces».
—¿Por qué no gritaste? —Le preguntó, sorprendida, a Miranda. Ella, por su parte, encogió sus hombros, apenada.
—¡La próxima, gritas! —le indicó Katie empuñando sus manos.
Nos disponíamos acomodarnos para tomarnos una foto, cuando mi esposa le pidió que al menos le cantara un pedacito de la canción en cuestión. Por un segundo Katie titubeó con la solicitud, pero, luego:
Después de reiterarle que gritara su petición la próxima vez, nos acomodamos y nos tomamos la foto correspondiente.
Acto seguido, nos marchamos con la satisfacción de comprobar que la energía positiva que Katie emite con sus canciones estaba materializada en su sencillez y afabilidad a la hora de atender sus admiradores.
Al partir del lugar, Miranda exclamó sonriente: “¡Conocí a Katie James! Aunque no tengo con quien chicanear». Soltamos la carcajada. «Chicanear», esa palabra tan colombiana que usamos como sinónimo de «presumir». Sí, pocos niños tienen contacto con esa música que atesoramos, con la que muchos crecimos y de la cual Katie es una merecida guardiana.
Acá les comparto —con la autorización de sus padres— esta pequeña historia de Nicolás Gómez Hoyos, un compañerito de Miranda en la Escuela de Arte y Música Texturas y Armonías, quien, en su presentación de cierre del año 2024, interpretó de manera magistral para su edad «Toitico bien empacao»:
Luego de salir del concierto de Katie, le pregunté por chat a Ana María, su mamá, si tenían conocimiento de su presentación (un poco tarde acaté en preguntarle). De manera extraña, no se habían enterado. Luego de mi aviso, por fortuna, alcanzaron a comprar de las últimas entradas que quedaban para asistir a la segunda función. Le recomendé que al final también hicieran la fila para conocerla y mostrarle el anterior video; estaba seguro de que ella lo sabría apreciar.
Sin embargo, primero sucedió esto:
El esposo de la mujer en el video le había solicitado a Katie que le permitiera a ella cantar «Toitico bien empacao», pues con su interpretación había ganado un concurso regional de canto. Katie accedió, pero siempre y cuando fuera al final del concierto. Una vez llegado el momento, Nicolás vio la oportunidad y, con la venia de sus padres, corrió también con determinación y sin temor hasta el escenario. Katie dudó si se sabía la canción. Él, con toda la confianza del caso, le aseguró que sí. En consecuencia, por dirección de la artista, interpretó a dúo la canción con la otra mujer, intercalándose los versos.
«Hasta una señora le pidió un autógrafo —me contó su mamá con orgullo—. Todo el mundo que salía lo abrazaba». «Y eso que no lo vieron tocar la guitarra», le respondí.
Me contó que pudieron mostrarle una parte del video de su presentación en la escuela de música a Katie, quien supo apreciar su talento y animarle a seguir practicando.
De continuar con la motivación y el apoyo invaluable de sus padres, Nicolás conseguirá, sin duda, llevar a tope ese don. Tiene toda la madera de una futura estrella de la música colombiana.
Acá tiene el perfil de Spotify de Katie, síganla y apoyen su música:
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